El estado de Utah se prepara para vivir una nueva edición electoral, con las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 sobre el horizonte.
Históricamente, Utah ha sido un bastión republicano, inclinándose hacia el Partido Republicano en 23 de las 32 elecciones presidenciales desde su ingreso a la Unión en 1896.
Esta tendencia se ha consolidado con el paso del tiempo, hasta llegar al punto en que ningún candidato demócrata ha logrado ganar el estado desde 1964, cuando Lyndon B. Johnson superó a Barry Goldwater.
Utah es un estado profundamente rojo.La cultura y la política aquí están fuertemente arraigadas al conservadurismo, afirma un politólogo local, quien prefiere mantener su anonimato.
Es probable que esta tendencia se mantenga en las próximas elecciones.
Donald Trump, candidato republicano, ha demostrado su dominio en Utah durante sus dos campañas presidenciales anteriores, venciendo a Hillary Clinton en 2016 y a Joe Biden en 2020 con una contundencia significativa.
En 2020, Trump obtuvo el 58,1% de los votos, mientras que Biden se quedó con el 37,6%.Esta abrumadora victoria se extendió a nivel local, con el Partido Demócrata solo logrando triunfar en dos condados de los 29 que componen Utah.
La influencia mormona juega un papel importante en la política de Utah, explica un experto en estudios religiosos.
Los mormones tienden a votar por candidatos conservadores y este factor se refleja en los resultados electorales del estado.
Las elecciones de 2024 se presentarán como un nuevo desafío para los demócratas, quienes deberán encontrar una manera de romper con la hegemonía republicana en Utah.
Kamala Harris, candidata demócrata, enfrentará una tarea difícil, considerando el panorama político actual del estado.
Es evidente que hay una gran brecha ideológica entre los votantes demócratas y republicanos en Utah, afirma un analista político.
Los demócratas tendrán que trabajar duro para persuadir a los votantes independientes y a aquellos que se identifican con el centro político.
La batalla por Utah promete ser uno de los puntos clave de las elecciones presidenciales de 2024, reflejando las profundas divisiones políticas que marcan el panorama nacional estadounidense.