Con menos de dos meses para las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el sistema electoral del país se convierte en foco de atención.

El 5 de noviembre, los ciudadanos de los 50 estados elegirán entre Kamala Harris y Donald Trump para ocupar la Casa Blanca.

El proceso no es directo: los estadounidenses votan por un Colegio Electoral que a su vez designa al presidente.

Este sistema complejo, basado en un solo ganador winner-takes-all, otorga una gran importancia a cada voto.

El hecho de que un candidato se lleve todos los delegados electorales de un estado, aunque gane por un solo voto, significa que cada elección individual puede tener un impacto significativo en el resultado final, explica un experto en política estadounidense.

Cada estado tiene un número de electores equivalente a la suma de sus representantes en el Congreso y el Senado, con un total de 538 electores a nivel nacional.

El candidato que alcance al menos 270 votos electorales gana la presidencia.

El sistema winner-takes-all ha generado controversia por su potencial para que el candidato con menos votos populares sea elegido presidente.

En el caso de las elecciones presidenciales de 2016, Hillary Clinton obtuvo más de tres millones de votos que Donald Trump, pero perdió la elección debido a que Trump ganó más estados y delegados electorales.

Este sistema puede desincentivar el voto en algunos estados donde se considera que el resultado está predeterminado, afirma un politólogo, ya que los votantes podrían sentir que su voto no cuenta.

A pesar de las críticas, este sistema ha sido un elemento fundamental de la democracia estadounidense desde su fundación.

El debate sobre su justicia y representatividad continúa siendo un tema candente en el panorama político del país.