El punto Nemo, un lugar situado en el corazón del océano Pacífico Sur, se ha convertido en un destino peculiar: la tumba para naves espaciales obsoletas y satélites que han cumplido su ciclo útil.

Este remoto punto, equidistante a tres islas deshabitadas, ostenta el título de Polo de Inaccesibilidad del Pacífico por ser el lugar más alejado de cualquier masa continental habitada.

Su nombre proviene del apodo dado a este punto por los astronautas de la Estación Espacial Internacional (EEI), quienes lo sobrevuelan a una altitud aproximada de 415 km.

El ingeniero canadiense Hrvoje Lukatela identificó su ubicación precisa en 1992, revelando un lugar de profunda oscuridad con una profundidad media que alcanza los 3.962 metros.

La naturaleza desolada del punto Nemo, caracterizada por una baja biomasa y actividad metabólica en sus ecosistemas marinos, lo convierte en un destino ideal para el enterramiento controlado de objetos espaciales.

Según Ada Cukminski, especialista en cartografía espacial, entre 1971 y 2018, Estados Unidos, Rusia, Japón y Europa han enviado al menos 161 naves espaciales a su eterno descanso en este punto del océano.

Entre los restos que descansan en el fondo marino se encuentran vehículos de carga de la Agencia Espacial Europea (ESA) y de Japón, naves rusas de abastecimiento, los restos de la estación espacial MIR y las primeras estaciones espaciales rusas del programa Salyut, así como fragmentos de cohetes SpaceX.

La EEI, cuya desactivación está prevista para el año 2031, será la última adición a este peculiar cementerio espacial.

Su reentrada controlada en el punto Nemo marcará un hito significativo, ya que se trata del objeto más grande jamás enterrado en este lugar.

El proceso de reentrada conlleva una destrucción parcial debido al roce con la atmósfera a velocidades superiores a 28.164 km/h.

Los componentes más resistentes, como los tanques de combustible y propulsores, pueden sobrevivir a esta quema y llegar al fondo del océano.

Aunque el impacto ambiental de estos residuos espaciales aún se desconoce, la comunidad científica está investigando a fondo sus posibles consecuencias en la biodiversidad marina.

El punto Nemo, un lugar aparentemente inhóspito, demuestra la compleja relación entre la exploración espacial y la responsabilidad ambiental.

La búsqueda del conocimiento cósmico no debe venir acompañada de una negligencia hacia los ecosistemas planetarios.