El pasado domingo, la capital siria, Damasco, cayó bajo el control de una coalición rebelde tras un rápido colapso del régimen de Bashar al Asad, que gobernó durante más de dos décadas.

El derrocamiento del presidente sirio, quien abandonó el país sin rumbo fijo, ha generado incertidumbre y preocupación en el mundo, abriendo un nuevo capítulo en la compleja crisis siria.

La caída de Damasco se produce tras una serie de eventos acelerados, comenzando con el asedio de Alepo y culminando con la desbandada de las fuerzas armadas nacionales que apenas ofrecieron resistencia.

La rápida escalada del conflicto ha dejado sin respuesta a potencias regionales como Rusia e Irán, quienes brindaban su apoyo al régimen sirio.

La situación es extremadamente delicada, afirma un analista político especializado en Oriente Próximo.

El vacío de poder que se ha generado en Siria abre la puerta a una mayor inestabilidad y violencia.

El panorama geopolítico se complica aún más con el liderazgo de Hayat Tahrir alSham, grupo rebelde con vínculos históricos con Al Qaeda, dentro de la coalición victoriosa.

Su presencia al frente de un país estratégico como Siria ha generado alarma internacional, especialmente en países como Israel que ya enfrentan tensiones con milicias pro-iraníes en Gaza y Líbano.

La posibilidad de que grupos terroristas adquieran el control de armas químicas sirias es una amenaza grave para la seguridad global, advierte un portavoz del gobierno estadounidense.

Los servicios secretos norteamericanos han alertado sobre la existencia de reservas de armas químicas en Siria, aunque su ubicación exacta aún se desconoce.

La caída de Damasco marca un punto crucial en el conflicto sirio, con consecuencias aún difíciles de predecir.

La región enfrenta ahora una nueva era de incertidumbre y peligro, donde la amenaza del terrorismo y la inestabilidad podrían desencadenar una crisis regional a mayor escala.