Hace unos meses, la figura pública Belén Esteban contribuyó a visibilizar la presencia del Helicobacter pylori (H. pylori) en su organismo, destacando que este microorganismo afecta al 70% de la población mundial.

Si bien en España la cifra puede ser menor, aún supera el 50%, lo cual convierte al H. pylori en una preocupación sanitaria significativa.

La gravedad reside en las potenciales consecuencias de un diagnóstico tardío.
Este bacteria en forma espiral se instala en el tubo digestivo y suele adquirirse durante la infancia.

La transmisión principal ocurre a través de la saliva, el vómito o las heces, especialmente en contextos familiares o donde haya mala higiene.

Los alimentos y el agua contaminados también representan una vía de contagio común, enfatizando la importancia de un consumo responsable y de asegurar la seguridad del agua potable.

A pesar de la alta prevalencia del H. pylori, es fundamental destacar que no todas las personas infectadas experimentan síntomas.

Una gran parte porta la bacteria sin enfermar, lo que puede generar un falso sentido de seguridad.El desconocimiento sobre el riesgo potencial contribuye a la persistencia del problema.

Cuando la infección manifiesta sus efectos, los síntomas más comunes incluyen acidez estomacal, dolor abdominal agudo, náuseas y pérdida de apetito.

Belén Esteban, en su testimonio personal, mencionó la hinchazón persistente del estómago después de las comidas como un síntoma característico.

Ante la aparición de estos signos, es crucial acudir al médico para una evaluación precisa.
La presencia del H. pylori provoca inflamación en la mucosa gástrica.

Si no se trata a tiempo, puede aumentar la intensidad de la infección, aumentando el riesgo de ulceraciones, gastritis, linfoma gástrico e incluso cáncer gástrico.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció este peligro al clasificar al H. pylori como cancerígeno tipo I en 1994, ratificación que se mantuvo en 2010.

La buena noticia es que el diagnóstico del H. pylori es relativamente sencillo y existen métodos tanto invasivos como no invasivos para confirmar o descartar la presencia de la bacteria.

Entre los métodos no invasivos más comunes están el test de urea en aire espirado, análisis de sangre para detectar anticuerpos contra la bacteria y la detección en materia fecal.

En caso de duda, se puede recurrir a una gastroscopia.
Una vez confirmada la infección, el tratamiento generalmente implica antibióticos y protectores gástricos.

Este proceso presenta desafíos debido a la complejidad del protocolo, que requiere tratamientos prolongados y un estricto cumplimiento para evitar el desarrollo de resistencia y empeorar la prognosis.