El 8 de diciembre, millones de católicos alrededor del mundo celebran la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, una festividad que honra su preservación desde el instante de la concepción del pecado original.
Declarado dogma irreformable por el Papa Pío IX en 1854, este principio fundamental de la Iglesia Católica sostiene que María permaneció libre de toda mancha del pecado hereditario, un privilegio otorgado por Dios a través de su gracia divina.
La elección de esta fecha para la conmemoración se basa en la celebración del nacimiento de María el 8 de septiembre.
Calculando nueve meses atrás, se determinó el 8 de diciembre como el día de su concepción. Esta festividad marca un punto crucial en la historia de la fe católica, ya que refuerza la concepción de María como mediadora entre Dios y los humanos, una figura fundamental para la redención del mundo a través de Jesucristo.
En España, país donde se celebra con especial fervor desde el año 1644, la festividad está profundamente arraigada en la cultura.
Se le reconoce como patrona del cuerpo eclesiástico del ejército y del estado mayor, recordando su intervención milagrosa en la Batalla de Empel en 1585.
En esta nación, las procesiones con antorchas, los rosarios públicos y las serenatas a la Virgen María son solo algunos ejemplos de cómo se honra su figura.
La Inmaculada Concepción también adquiere un significado particular en países como Argentina, donde es considerado día feriado inamovible.
Allí, el novenario dedicado a Nuestra Señora del Valle, patrona de Catamarca, y las procesiones con antorchas en la Plaza 25 de Mayo son parte integral de la celebración.
En Chile, los fieles suben al Santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal como un acto de devoción y sacrificio, demostrando su fe y veneración hacia la Virgen María.
La festividad de la Inmaculada Concepción no solo es una ocasión para conmemorar el nacimiento de la madre de Jesús, sino que también representa un momento de reflexión sobre la gracia divina y la importancia de la pureza de corazón en la vida de los creyentes.
Como lo expresó Juan Pablo II, Con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo.