Cuando pensamos en monedas, solemos imaginarlas brillando bajo la luz, asociándolas con metales preciosos como el oro o la plata.
La realidad es que las monedas que llevamos en nuestros bolsillos están compuestas por materiales mucho más comunes y accesibles, como el cobre, el níquel o el zinc.
En España, como en la mayoría de los países de la eurozona, la selección del material para las monedas se basa en criterios de durabilidad, costo y facilidad de producción.
Las monedas de 1, 2 y 5 céntimos están hechas de acero recubierto de cobre, mientras que las de mayor valor, desde los 10 céntimos hasta el euro, utilizan una aleación llamada oro nórdico (un mixto de cobre, aluminio, zinc y estaño) o combinaciones de níquelatón y cuproníquel.
Este enfoque pragmático se extiende a América Latina.En México, las monedas de menor valor combinan acero inoxidable con cuproníquel o broncealuminio, mientras que en Argentina las monedas de un peso suelen ser de acero plateado.
La razón por la que no se utilizan metales preciosos como el oro o la plata radica principalmente en el costo y la disponibilidad.
Utilizar metales nobles sería económicamente insostenible y volvería las monedas imprácticas para la vida diaria, explica Juan Pérez, economista especializado en finanzas monetarias.
Pero, entonces, ¿vale realmente el material que compone una moneda su valor nominal?La respuesta corta es no.
Las monedas no se valoran según su contenido metálico, sino por el valor que representan dentro del sistema monetario.
Son un ejemplo de dinero fiduciario, cuyo valor reside en la confianza que las personas depositan en ellas para realizar transacciones comerciales.
Este concepto ha llevado a algunos países a replantearse la producción de ciertas denominaciones.
En Canadá y Brasil se retiraron las monedas de 1 céntimo por ser económicamente ineficientes.Estados Unidos también ha discutido la eliminación del centavo debido a esta misma problemática.
Aunque el material que compone una moneda puede tener un valor intrínseco, su verdadera riqueza reside en su función dentro de la economía global como símbolo de intercambio y medida de valor.