La ciudad de Venecia, un ícono arquitectónico y cultural del mundo, enfrenta un desafío sin precedentes que va más allá de las aglomeraciones de turistas.
El problema no reside únicamente en las calles abarrotadas, sino en los mismos canales que la definen.
La afluencia masiva de visitantes ha generado una ola de controversia, culminando con una demanda judicial inusual que pone de manifiesto el conflicto entre el turismo y la calidad de vida de los residentes.
El caso se centra en Harrys Bar, un establecimiento emblemático ubicado cerca de la Plaza de San Marcos.
Durante sus 93 años de historia, este bar ha sido testigo del paso de figuras legendarias como Orson Welles, Ernest Hemingway y Charlie Chaplin, convirtiéndose en un punto de encuentro para artistas e intelectuales.
Su propietario, Arrigo Cipriani, de 92 años, se encuentra en el ojo del huracán por haber demandado al ayuntamiento de Venecia y a la oficina del capitán del puerto.
La razón: las olas generadas por los barcos que transitan por el canal de Giudecca empapan los pies de sus clientes adinerados que disfrutan de la terraza de Harrys Dolci, su otro establecimiento en la isla de Giudecca.
Cada vez es más frecuente que los que se sientan en Harrys Dolci encuentren los pies mojados debido a las olas del canal de la Giudecca, explica Cipriani al Corriere della Sera.
Son causadas por los barcos que pasan a toda velocidad sin respetar los límites de velocidad.
El empresario, cansado de la supuesta inacción del gobierno ante este problema recurrente, ha tomado una medida drástica: presentar una demanda judicial para exigir soluciones.
La situación en Harrys Bar no es aislada.El problema de las olas y salpicaduras generadas por el tráfico acuático es un asunto que afecta a toda Venecia.
Tanto los turistas como los residentes sufren las consecuencias de esta moto ondoso, un fenómeno que erosiona los cimientos de los edificios, provoca daños en las fachadas históricas y genera una amenaza para la estabilidad de las estructuras cercanas.
Las autoridades han implementado medidas para controlar la velocidad de las embarcaciones y restringir el tráfico en ciertas zonas, pero estos esfuerzos parecen insuficientes ante el flujo constante de turistas y actividades comerciales en los canales.
En un intento por mejorar la situación, el ayuntamiento ha propuesto instalar radares a lo largo de los canales, buscando así hacer cumplir el límite de velocidad impuesto, que oscila entre 5 km/h y 7 km/h dependiendo del canal.
Las infracciones persisten, lo que evidencia la dificultad para controlar el tráfico acuático en una ciudad tan singular.
El problema se agrava con la creciente frecuencia de accidentes.En septiembre de 2019, tres personas fallecieron cuando una lancha motora a alta velocidad chocó contra un arrecife artificial en la laguna de Venecia mientras intentaba batir un récord de velocidad.
En 2013, un turista alemán murió aplastado contra un muelle por un autobús acuático que marchaba hacia atrás mientras viajaba en una góndola.
Incluso los gondoleros, quienes históricamente han sido los protagonistas del transporte acuático veneciano, se han unido a las protestas contra los taxis acuáticos y lanchas rápidas.
Argumentan que su conducción imprudente pone en riesgo la seguridad de todos al generar olas que hacen mecer las embarcaciones más pequeñas.
La demanda de Arrigo Cipriani es un llamado de atención.Es una señal visible del conflicto latente entre el turismo masivo y la vida cotidiana de los venecianos.
El empresario argumenta que los líderes no conocen la ciudad y que aquellos que superan el límite de velocidad deberían ser castigados con multas.
La situación en Venecia es un espejo para otras ciudades turísticas que enfrentan desafíos similares.
La búsqueda del equilibrio entre la promoción turística y la protección del patrimonio cultural, así como la calidad de vida de los residentes, es una tarea compleja que requiere soluciones innovadoras y medidas contundentes.