Las elecciones presidenciales estadounidenses se acercan y con ellas, la atención mundial se centra en el complejo sistema electoral que, a menudo, genera debates sobre su justicia y representatividad.

Un factor clave en este proceso es el sistema winner-takes-all, también conocido como el que gana se lleva todo.

A diferencia de otros sistemas electorales como el proporcional, donde los escaños se reparten según la cantidad de votos obtenidos por cada partido, en Estados Unidos el candidato que gana una elección estatal se lleva todos los delegados electorales correspondientes a ese estado, sin importar cuán estrecho sea el margen de victoria.

Este sistema ha sido criticado por diversos expertos, quienes argumentan que puede otorgar la victoria presidencial a un candidato con menos votos populares.

De hecho, este escenario ocurrió en 2016 cuando Donald Trump ganó la presidencia a pesar de perder el voto popular frente a Hillary Clinton.

El sistema winner-takes-all puede distorsionar la representación porque otorga una importancia desproporcionada a los estados swing, aquellos que no tienen una tendencia política definida, explica Maurice Duverger, reconocido politólogo francés.

Esto lleva a que los candidatos se concentren en estos pocos estados y descuiden otras regiones del país, lo que puede disuadir la participación electoral de ciudadanos que sienten que su voto no cuenta.

A pesar de las críticas, el sistema winner-takes-all ha sido parte integral del sistema electoral estadounidense desde su fundación.

Algunos defensores argumentan que este sistema promueve la estabilidad política al incentivar la formación de partidos bipartidistas y a los candidatos a buscar un amplio consenso entre los electores.

La pregunta sobre si el sistema winner-takes-all es una herramienta justa para elegir al presidente sigue siendo un tema de debate en Estados Unidos, con diversas propuestas alternativas que buscan lograr una representación más equitativa del voto popular.