Una profunda tristeza envuelve a la comunidad católica salteña y a la curia eclesiástica tras el fallecimiento del padre Javier Romero, vicario episcopal de la Catedral Basílica, a los 47 años.

La noticia conmocionó a la ciudad, generando un sentimiento de dolor palpable entre los feligreses que lo conocieron como un hombre cercano, dedicado a su comunidad y siempre dispuesto a brindar apoyo.

El velorio se llevó a cabo en el Arzobispado de Salta, donde una multitud acudió a despedirse del padre Romero.

La imagen de devotos, familiares y vecinos abrazados, con lágrimas en los ojos, refleja el profundo afecto que inspiraba este sacerdote.

Era un excelente padre, amigo de todos y siempre tenía un consejo, repetían con dolor aquellos que lo conocían.

Carlos Romero, padre del fallecido, expresó su profunda tristeza por la pérdida de su hijo, recordando su humildad, su respeto por los demás y su profundo amor por su abuela.

Ese era el deseo de él, estar con ella en su morada, comentó, revelando el anhelo del padre Romero de reunirse con su abuela fallecida.

La vida del padre Romero estuvo marcada por una profunda conexión con la iglesia desde temprana edad.

Su padre recuerda con cariño cómo, siendo aún un niño, comenzó a tocar las campanas de la Catedral y sintió una llamada divina que lo impulsó a seguir su vocación sacerdotal.

El padre Abraham, quien en aquel entonces se desempeñaba como sacerdote en la Catedral, jugó un papel fundamental en el camino del padre Javier hacia el Seminario.

Bajo su guía, el joven Romero pudo desarrollar su vocación y finalmente ser ordenado sacerdote.

Hoy, la Catedral de Salta se preparará para despedir al padre Javier Romero con una misa exequial presidida por el arzobispo Mario Antonio Cargnello.

Posteriormente, sus restos serán trasladados al Cementerio de la Paz, donde descansará eternamente.

El legado del padre Romero como un sacerdote cercano a su comunidad y un hombre profundamente dedicado a Dios permanecerá en el corazón de los salteños.