La historia de Romulus Veres, conocido como el hombre del martillo, sigue siendo una de las más inquietantes en la historia criminal rumana.

Veres fue acusado de cinco asesinatos y varios intentos de homicidio, perpetrados entre 1972 y 1973, con un patrón macabro que dejó a sus víctimas femeninas muertas violentamente, muchas de ellas golpeadas severamente en la cabeza.

La primera víctima, una joven de 25 años, fue encontrada muerta en el río Somes, tras ser atacada en el pasillo de una obra en construcción.

El modus operandi del asesino se repitió con brutalidad: Veres irrumpía en casas y atacaba a sus víctimas con violencia extrema, dejándolas muertas o gravemente heridas.

A pesar de la evidencia contra él, Veres fue declarado inimputable por un tribunal que determinó que sufría esquizofrenia.

Este diagnóstico, basado en el estudio psicológico del acusado y en las declaraciones de expertos psiquiátricos, generó controversia pública al plantear la difícil cuestión de la responsabilidad penal en casos de enfermos mentales.

El caso de Veres nos obliga a reflexionar sobre la línea que separa la culpabilidad del trastorno mental, afirma el Dr. Alexandru Popescu, psiquiatra forense.

Si bien es cierto que Veres padecía una enfermedad mental grave, la gravedad de sus actos y el patrón premeditado de violencia no pueden ser ignorados.

Veres fue internado en un hospital psiquiátrico donde permaneció hasta su muerte en 1993, a la edad de 64 años.

Su caso sigue siendo un recordatorio del complejo dilema ético que surge cuando la culpabilidad criminal se cruza con la enfermedad mental.