
La sonrisa más icónica del mundo, la que aparece en los labios de La Gioconda -la famosa obra que creó el artista italiano Leonardo Da Vinci a principios del siglo XVI- no podía ser un gesto de alegría o placer sino una óptica. Ilusión generada por el cerebro, según una investigación de la Universidad de Amsterdam que tiene como objetivo acabar con una incógnita que ha ido creciendo con el tiempo.
¿Sonríe la misteriosa mujer que año tras año magnetiza a las multitudes que acuden al Museo del Louvre en París solo para satisfacer la curiosidad o el fetichismo que despierta su leyenda? Muchos críticos y especialistas en arte han intentado dilucidar este enigma, pero solo la ciencia parece más cerca de resolverlo, ahora con una inquietante revelación: la sonrisa de la dama retratada en el cuadro podría ser una ilusión alentada por el cerebro.
Según un estudio dirigido por neurocientíficos de la Universidad de Ámsterdam, la sonrisa de La Gioconda -o Mona Lisa- pintada por da Vinci entre 1513 y 1519 existe, aunque no es perceptible a simple vista. Los expertos pudieron constatar que la mujer del cuadro -Lisa Gherardini, esposa de Francesco Bartolomeo de Giocondo- muestra un 83% de felicidad en su rostro. Y también detectaron otras emociones: 9% disgusto, 6% miedo y 2% enfado.
Los investigadores analizaron el trabajo del Renacimiento a partir de un programa de reconocimiento emocional digital que reproduce el ciclo de percepción del cerebro identificando cambios en las expresiones neutrales de las personas e interpretándolos de acuerdo con las emociones que conoce. Una vez que se identifica la emoción, el cerebro crea una ilusión que ayuda a confirmar una interpretación, según la BBC.
En el caso de La Gioconda, su sonrisa aparece oculta o apenas perfilada, pero aun así quien la contempla interpreta que está tratando de hacer una sonrisa de felicidad, quizás porque reúne otras características relacionadas con la expresión de la alegría, como la expresión de la alegría. ensanchamiento de las fosas nasales o la formación de arrugas debajo de los ojos. Así, al notar estos cambios a través de la visión, la mente da un veredicto final, incluso sin necesidad de ver una sonrisa bien definida.
Una de las conclusiones del estudio es que el cerebro humano ha evolucionado para captar cualquier cambio en la expresión facial, por mínima que sea. Así, el ser humano es superior a la máquina y consigue detectar rasgos emocionales aunque estén ocultos bajo una expresión neutra, una habilidad social distintiva.
Desde el comienzo de su creación, los renacentistas se sorprendieron por esa sonrisa cautivadora, pero no fue hasta el siglo XIX cuando el poeta y dramaturgo Théophile Gautier comenzó a plantear esta pregunta. Más tarde, el psicoanalista austriaco Sigmund Freud conjeturó que la sonrisa de felicidad recordaba a su madre, de quien Da Vinci se separó temprano.
Paralelamente a esta investigación, circula otro argumento original para justificar la percepción del 'intento' de sonreír en la obra del creador renacentista: tras años de investigación científica, el científico desarrolló una técnica en la que construyó sutiles expresiones gracias a la aplicación de finas capas de pigmento diluido.
Con esta técnica, conocida como sfumato, el pintor generó un rostro cuya sonrisa no era perceptible para la visión central, pero que emitía señales de reconocimiento captadas a través de la visión periférica, estas señales, generalmente distribuidas en áreas borrosas de sus pinturas, también provocan que el cerebro céntrese en la cara de su objeto y no en el paisaje de fondo.
Da Vinci desarrolló esta técnica durante sus últimos años, a partir de 1513, y mantuvo la pintura hasta su muerte, como si fuera su laboratorio: a lo largo de los años experimentó con nuevas formas de graduar las sombras, a veces con los dedos, y esto es cómo se las arregló para hacer sonreír a su Mona Lisa de una manera elusiva. De alguna manera, la obra y su creador envejecieron juntos. Hoy, al unísono, siguen intrigando al mundo.