Justin Trudeau dimitió este lunes como primer ministro de Canadá, dejando atrás una década en el poder marcada por momentos triunfantes y desafíos significativos.

Su salida del escenario político se produce en un contexto de profunda crisis, con su imagen pública erosionada y el Partido Liberal en un estado vulnerable.

Trudeau asumió el cargo en 2015 como un carismático líder prometedor, llevando a los liberales a una contundente victoria electoral tras años de dominio conservador.

Su mensaje optimista y progresista resonó con la población canadiense, impulsando una era marcada por reformas sociales e iniciativas ambientales.

Cuando los periodistas me preguntaron por el significado , respondí: Porque es 2015, declaró Trudeau en referencia a su compromiso con la igualdad de género.

Su victoria inaugural se caracterizó por un fervor popular que no se replicó en las elecciones posteriores, donde el Partido Liberal gobernó en minoría y enfrentó crecientes dificultades para conectar con una ciudadanía preocupada por la inflación, la falta de viviendas asequibles y la presión sobre los servicios públicos.

Trudeau se encuentra aislado de las realidades del país, analizó un comentarista político, quien atribuyó en parte el declive popular al manejo migratorio de Trudeau.

La percepción de que la afluencia de inmigrantes no estuvo adecuadamente preparada ha generado tensiones sociales y contribuido a la desconfianza hacia el gobierno.

La dimisión de Chrystia Freeland, viceprimera ministra y ministra de Finanzas, en diciembre pasado aceleró el proceso de sucesión y marcó un punto de inflexión.

Esta crisis interna recuerda al destino que le tocó a Pierre Elliot Trudeau, padre de Justin, quien renunció en 1984 bajo presiones similares.

Las próximas elecciones, anticipadas para octubre, serán cruciales para determinar la dirección política del país.

La era de Justin Trudeau, marcada por un inicio brillante y una decadencia notable, deja un legado complejo que estará sujeto a debate y análisis durante años.