La XXIX Cumbre Iberoamericana arrancó en Cuenca, Ecuador, bajo un panorama inédito marcado por la baja participación de líderes y tensiones políticas.

La cumbre, que este año lleva como lema Innovación, inclusión y sostenibilidad, ha reunido solo al rey de España, Felipe VI; el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, y el jefe de Gobierno de Andorra, Xavier Espot, dejando vacantes las sillas de representantes de países clave como México, Nicaragua y Venezuela, debido a rupturas diplomáticas con Ecuador.

Sería absurdo ignorar que la región vive tiempos convulsos, admitió Andrés Allamand, secretario general iberoamericano, durante su discurso inaugural.

El chileno resaltó la necesidad de más y no menos multilateralismo, cooperación y solidaridad en un contexto marcado por la fragmentación y la polarización política.

Esta realidad se refleja en la dificultad para alcanzar consensos en la cumbre, lo que dificulta las reformas necesarias para generar prosperidad y convivencia.

La ausencia de líderes latinoamericanos, a excepción del anfitrión Daniel Noboa, representa un hecho sin precedentes en la historia de este foro, fundado en 1991.

Esta no es la hora de la resignación, sino de la ambición, enfatizó Allamand, instando a los países iberoamericanos a reivindicar su espacio y aprovechar el legado de consenso que ha caracterizado al encuentro durante más de tres décadas.

A pesar del contexto complejo, Noboa resaltó el compromiso de su administración para sacar adelante la cumbre a pesar de todos los problemas y conflictos internos y externos.

El mandatario, el más joven de Latinoamérica, con 36 años, llamó a generar soluciones innovadoras frente a desafíos como el crimen organizado transnacional, el cambio climático, la inclusión laboral de los jóvenes y la protección del medio ambiente.

Las conversaciones se centran en adoptar una declaración que recoja los acuerdos alcanzados durante las reuniones preparatorias, especialmente en materia de cooperación.

Las tensiones se han centrado en puntos como las políticas de género y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), así como la condena al bloqueo estadounidense contra Cuba, generando resistencias por parte de algunos países.

En un intento por superar esta falta de consenso, España, Costa Rica, Panamá y Chile promovieron una declaración respaldada por la mayoría de los participantes, que aunque no será oficial, refleja un esfuerzo por mantener un diálogo constructivo en momentos difíciles.