La decisión de compartir cama con el bebé, conocida como colecho, es una de las más desafiantes que enfrentan los padres modernos.
Mientras algunos la consideran un acto natural y beneficioso para el vínculo madre-hijo, otros expresan su preocupación por los posibles riesgos asociados a esta práctica.
La falta de consenso científico sobre sus consecuencias ha generado un debate intenso entre expertos y familias.
La Asociación Española de Pediatría (AEP) recomienda que los bebés duerman en un espacio separado durante los primeros seis meses de vida, argumentando que la cohabitación en habitación, sin embargo, sí se aconseja durante este periodo.
La AEP establece líneas rojas para el colecho, desaconsejando su práctica en casos de lactantes menores de tres meses, prematuridad, bajo peso al nacer, consumo de tabaco, alcohol, drogas o fármacos sedantes por parte de los padres, y situaciones de cansancio extremo como el postparto inmediato.
Estas recomendaciones se basan en estudios que han demostrado una posible correlación entre el colecho y el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL), especialmente en hogares con fumadores.
La investigación no ha establecido una relación causal directa y la evidencia es aún insuficiente para determinar si el colecho aumenta o disminuye el riesgo de SMSL en familias que no fuman.
La lactancia materna puede ser un factor protector en el colecho siempre que se realice después de los seis meses del bebé, explica un experto pediatra.
En este sentido, la cuna de colecho, situada junto a la cama parental, ofrece una solución intermedia que permite la proximidad sin aumentar significativamente los riesgos.
La decisión final sobre si practicar o no el colecho debe ser tomada por cada familia en consulta con su médico pediatra, considerando las circunstancias específicas de cada caso y la información disponible.
Lo fundamental es crear un entorno seguro y confortable para el bebé, priorizando siempre su bienestar y salud.