El equilibrio biológico que produce una proporción casi idéntica de niños y niñas ha sido un misterio durante siglos.

Si bien la antigua sabiduría atribuía este fenómeno a la voluntad divina, la ciencia moderna ha desvelado una compleja danza genética que subyace a esta aparente simetría.

Los cromosomas sexuales, X e Y, son los determinantes del sexo en la mayoría de las especies.Las mujeres poseen dos cromosomas X, mientras que los hombres tienen un X y un Y. El cromosoma Y porta el gen SRY, responsable de iniciar la diferenciación testicular y la producción de hormonas masculinas durante el desarrollo embrionario.

Sin este gen, se activa una vía alternativa que conduce a la formación de un ovario y al desarrollo femenino.

La proporción 1:1 se explicaría por la distribución aleatoria de los cromosomas X e Y en los espermatozoides y óvulos.

Cada espermatozoide lleva solo uno de estos cromosomas, mientras que todas las células germinales femeninas (óvulos) contienen un cromosoma X. La combinación del cromosoma sexual del espermatozoide con el óvulo determina el sexo del embrión: XX para niña y XY para niño.

Esta regla no es universal.En el reino animal, existen numerosas excepciones a la proporción 1:1.

Algunas especies presentan mutaciones genéticas que alteran la segregación de los cromosomas sexuales o favorecen la supervivencia de un sexo sobre otro.

Por ejemplo, el marsupial Antechinus stuartii produce mayoritariamente machos.
El fenómeno también se observa en aves, insectos y otros grupos animales, donde las proporciones de sexos pueden variar significativamente.

Se han identificado adaptaciones ecológicas que explican estas diferencias, como la selección de hembras en ciertas especies para asegurar su supervivencia en condiciones adversas.

La investigación sobre el equilibrio 1:1 ha llevado a conclusiones sorprendentes.Un estudio reciente, basado en datos genéticos humanos, sugiere que la tendencia humana a la monogamia podría ser un factor evolutivo clave que mantiene esta proporción constante.

Las variantes genéticas que favorecen un sesgo de sexos se cancelan entre sí, manteniendo el equilibrio.

Aunque aún quedan interrogantes sobre los mecanismos exactos que rigen la proporción de sexos en diferentes especies, la investigación ha avanzado significativamente en nuestra comprensión del complejo entramado biológico que subyace a este fenómeno fundamental para la vida.