El descubrimiento reciente de un fresco de casi dos mil años de antigüedad que representa una especie de protopizza en Pompeya ha desatado la fascinación del público.

Aunque carecía del elemento clave el tomate, esta imagen nos permite vislumbrar parte de la dieta diaria de los antiguos romanos.

Más allá de este hallazgo particular, Pompeya ofrece un panorama único e invaluable sobre las costumbres culinarias de la época, gracias a la excepcional conservación de sus restos.

La erupción del Vesubio en el año 79 d.C., que sepultó ciudades enteras bajo una nube de ceniza y gases calientes, también preservó con asombrosa precisión los alimentos de Pompeya.

Alessando Russo, arqueólogo del Parque Arqueológico de Pompeya, explica que la rápida carbonización de los restos orgánicos ha permitido a los investigadores reconstruir con detalle la dieta de sus habitantes.

Si bien la pizza tal y como la conocemos no se inventaría hasta siglos después, en Pompeya se cocinaba un sinnúmero de platos deliciosos.

Entre ellos destaca el garum, una salsa o condimento a base de pescado fermentado que, según Chiara Comegna, arqueobotánica especializada en el estudio del patrimonio cultural italiano, era popular entre ricos y pobres.

Este precursor del umami japonés, rico en sabor y proteínas, se añadía a diversos platos para potenciar su gusto.

Benedict Lowe, profesor de Historia de la Universidad de Alabama del Norte que participó en el Proyecto de Alimentos y Bebidas de Pompeya, lo describe como una versión ancestral de la salsa de pescado tailandesa o vietnamita.

Imaginen que su dieta principal es sémola de maíz todos los días, plantea Lowe.El garum les daba un toque picante y nutricionalmente valioso.

Del garum, los pompeyanos disfrutaban de una variada gastronomía que incluía peces (de los cuales se han encontrado 43 especies en las alcantarillas de Herculano), carne de cerdo, pollo, ovejas, lentejas, judías, avena y cebada.

También cultivaban frutas como higos, aceitunas, ciruelas y uvas, a las que sumaban dátiles importados del norte de África.

En cuanto a los ricos, se les permitía el lujo de especias como el cinabrio y la pimienta, traídas desde la India a través de costosas transacciones comerciales.

Los más adinerados incluso contaban con estanques de agua salada junto a sus comedores para pescar pescado fresco para sus banquetes.

Lowe describe una cultura donde las cenas eran un evento central, especialmente para los hombres de clase alta.

Las mujeres cenaban modestamente con sus familias, explica, pero los hombres, sobre todo los ricos, celebraban ostentosas cenas que duraban hasta altas horas de la madrugada.

Se comían diez platos o más, hasta provocar el vómito, en una muestra extravagante del exceso y la riqueza.

Pompeya nos ofrece un fascinante vistazo a la vida cotidiana de una ciudad romana, incluyendo sus delicias culinarias.

El estudio de estos restos permite no solo comprender mejor la dieta de los antiguos romanos, sino también explorar las dinámicas sociales y culturales de una época lejana, conservada con asombrosa precisión en el tiempo.