El Corpus Christi, fiesta católica occidental celebrada el segundo jueves después de Pentecostés, evoca la presencia eterna de Cristo entre los hombres.
A diferencia de otras festividades que conmemora su pasión y muerte, el Corpus Christi se centra en la eucaristía, donde los fieles reciben la hostia consagrada, símbolo del cuerpo de Cristo.
La historia del Corpus Christi se remonta a 1246, cuando Robert de Torote, obispo de Lieja (Bélgica), estableció la festividad en su diócesis a instancias de Santa Juliana, monja superiora del convento de Mont Cornillon.
Según la leyenda, Santa Juliana tuvo una visión que le reveló la necesidad de una celebración dedicada a la adoración eucarística, buscando fortalecer la fe en el rito central de la muerte y resurrección de Jesucristo.
La visión de Santa Juliana fue fundamental para el nacimiento del Corpus Christi.Su deseo era brindar a los fieles un espacio específico para venerar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, explica el profesor Juan Pérez, especialista en historia del cristianismo.
El Corpus Christi se extendió rápidamente por Europa gracias al Papa Urbano IV, quien, tras ser elegido en 1261, promovió la celebración a nivel universal.
Esta decisión convirtió al Corpus Christi en una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico católico.
La celebración del Corpus Christi es un momento de profunda emoción para los fieles católicos.La procesión con la custodia, que lleva la hostia consagrada, es un símbolo palpable de la fe y la devoción.
El Corpus Christi nos recuerda que Cristo está siempre presente entre nosotros, afirma María González, fiel asidua a las celebraciones del Corpus Christi.
El impacto emocional de este evento se refleja en la belleza de las procesiones, los altares decorados con flores y el fervor religioso que impregna cada rincón donde se celebra.