Cincuenta años han pasado desde aquel fatídico domingo, cuando una tragedia se cobró las vidas de 31 personas en la Cuesta del Obispo.
El accidente involucró a un colectivo que transportaba a peregrinos de la Cofradía del Perpetuo Socorro, provenientes de Seclantás, donde habían participado en las festividades patronales.
La ruta, conocida por su peligrosidad, se convirtió en el escenario de una tragedia que aún conmueve a la comunidad salteña.
El relato de los sobrevivientes es escalofriante.Alfredo Acosta, el conductor del colectivo, recuerda el momento en que las ruedas traseras comenzaron a perder contacto con el asfalto, lo que provocó un descontrolado descenso hacia el vacío.
Pedro Isola, quien también viajaba en el vehículo, describe la desesperación al ver cómo el colectivo se estrellaba contra las peñas y los gritos de auxilio que resonaban en la oscuridad.
La falta de respuesta inmediata a los gritos de auxilio refleja una realidad social compleja del momento.
Los sobrevivientes tuvieron que esperar horas antes de recibir ayuda, un reflejo de la inseguridad que imperaba en aquellos años.
El impacto emocional de esta tragedia fue profundo, dejando un vacío irreparable en familias enteras y una marca imborrable en la memoria colectiva.
La cantidad de víctimas mortales, la brutalidad del accidente y el contraste entre la esperanza con la que iniciaron su viaje y el horror que experimentaron durante la caída marcaron un antes y después para Salta.
La tragedia de la Cuesta del Obispo no solo nos recuerda la fragilidad de la vida, sino también la importancia de priorizar las medidas de seguridad vial y la necesidad de una respuesta más ágil ante emergencias.
La memoria de esta tragedia debe servir como un llamado constante a construir una sociedad donde la solidaridad y la atención a los demás sean valores centrales.