El destino final de Ramón García de León y Pizarro, fundador de San Ramón de la Nueva Orán y figura destacada en las primeras etapas de la Revolución de Mayo, es una historia llena de contradicciones y sombras.

La crónica histórica nos relata una serie de hechos que revelan no solo el trato deshonroso hacia este anciano militar por parte del ejército patriota, sino también la profunda corrupción que asolaba al recién nacido país.

Según el historiador Bernardo Frías en su obra Historia del General Martín Güemes, Pizarro, un hombre que había alcanzado altos cargos como gobernador de Salta y presidente de Charcas, fue despojado injustamente de sus bienes por el oficial Martín Rodríguez durante la campaña del Ejército del Norte comandado por José Rondeau en 1815.

Fue señalado como presa distinguida debido a su fortuna, siendo intimidad a entregar 4 mil pesos como multa y contribución, relata Frías.

La negativa de Pizarro a satisfacer esta exigencia sin fundamento lo llevó a ser encarcelado en un calabozo donde fue víctima de un asalto perpetrado por Eustoquio Moldes, hermano del coronel de la época, quien le arrebató su reloj de oro y espadín, joyas preciadas que pertenecían a Pizarro.

La humillación y el atropello sufridos por este anciano militar, sometido a violencia e injusticia en los albores del nuevo país, culminaron con su muerte.

La fortuna de Pizarro desapareció como humo, y las pertenencias robadas fueron distribuidas entre los oficiales, quienes se presentaban ante la sociedad porteña como héroes de la independencia.

El caso de Pizarro es un reflejo de la fragilidad de la justicia y la vulnerabilidad de los ciudadanos durante la época de convulsión política que vivió el país.

La imagen del fundador de San Ramón de la Nueva Orán, asesinado por la misma causa que él defendía, se convierte en un símbolo del caos y la corrupción que imperaban en el escenario nacional.

Las acciones de Martín Rodríguez, quien posteriormente fue designado gobernador de Buenos Aires, evidencian la profunda falta de ética que permeaba a las estructuras del nuevo Estado.

El hecho de que el gobierno porteño nombrara a este personaje como gobernador, a pesar de las graves acusaciones en su contra, da cuenta de la prevalencia del poder y la impunidad por encima de la justicia y la verdad.

La historia de Pizarro nos recuerda no solo los horrores de una guerra librada por la libertad, sino también la fragilidad del ideal republicano frente al abuso de poder y la corrupción que puede corroer las instituciones desde su interior.