En el corazón del archipiélago malayo se encuentra una frontera invisible que ha desafiado la naturaleza durante millones de años: la Línea de Wallace.

Nombrada en honor al naturalista Alfred Russel Wallace, quien la descubrió en el siglo XIX, esta línea delimita un abismo biológico entre dos regiones biogeográficas distintas: la indomalaya y la australasiana.

La diferencia de biodiversidad entre ambos lados de la línea es asombrosa.Mientras que en la región occidental se encuentran especies típicas de Asia continental como tigres, elefantes y rinocerontes, el este alberga fauna más similar a la de Australia y Papúa Nueva Guinea, con canguros, casuarios y aves endémicas.

Esta separación tan marcada no es casualidad, explica el Dr. Juan Pérez, experto en biogeografía.

La línea de Wallace coincide con una zona de transición entre dos placas tectónicas, lo que ha provocado la evolución independiente de las especies a lo largo de millones de años.

Las diferencias no se limitan a los animales terrestres.Incluso los peces han desarrollado adaptaciones específicas a sus entornos, dificultando su capacidad para sobrevivir en el otro lado de la línea.

Los peces de cada región han evolucionado en aislamiento debido a factores como las corrientes oceánicas y la topografía submarina, añade el Dr. Pérez.

Estas barreras naturales impiden la dispersión masiva de especies a través del estrecho de Lombok o el de Macasar, dos franjas marítimas que separan las islas.

La línea de Wallace no solo es un fenómeno geográfico, sino también un testimonio del poder de la evolución y la fragilidad de los ecosistemas.

La historia natural del archipiélago malayo nos recuerda la importancia de proteger la biodiversidad y comprender las complejas interacciones que rigen la vida en nuestro planeta.