La vida de Rosa Rojas de Alegre se entrelaza con la historia del paso Socompa, un importante cruce fronterizo que conecta Chile y Argentina.

Su historia, llena de amor, desafíos y sacrificio, refleja la valentía y el espíritu indomito de quienes habitan las zonas más remotas de los Andes.

Rosa nació en Catalina, Antofagasta, Chile, pero su destino cambió para siempre cuando conoció a Eusebio Alegre, un hombre originario de Fiambalá, Catamarca, Argentina.

Su encuentro sucedió en 1928, en el pequeño pueblo chileno donde Eusebio vendía su ganado.Tras una breve separación, se casaron el 2 de diciembre del mismo año y emprendieron un viaje nupcial hacia la Quebrada del Agua, donde residiría por casi medio siglo.

El camino fue difícil.Rosa, quien nunca había montado a caballo, tuvo que superar las dificultades físicas y emocionales del viaje.

La historia recuerda con tristeza la pérdida de sus mellizas en 1929, un dolor que marcó profundamente su vida.

Su fortaleza y determinación la impulsaron a afrontar los desafíos con valentía.
En la Quebrada del Agua, Rosa se convirtió en una figura esencial para la comunidad.

Fundó una escuela clandestina donde educó a numerosos niños de ambos países, brindándoles acceso a la educación formal que no podían obtener.

Su labor como maestra, reconocida por el semanario Los Andes en 1946, la catapultó como un símbolo de sacrificio y compromiso social.

El arribo del primer tren al paso Socompa en 1948 marcó un hito para la región.Rosa, testigo de este evento histórico, vio cómo su hogar se convirtió en punto de encuentro entre chilenos y argentinos.

La casa de la familia Alegre recibió a numerosos viajeros, incluyendo políticos y empresarios, convirtiéndose en un símbolo de hospitalidad y conexión intercultural.

Rosa Rojas de Alegre falleció en Salta en 1997, dejando un legado de amor, servicio y resiliencia.

Su historia, que transciende las fronteras nacionales, nos recuerda la importancia de la educación, la solidaridad y la búsqueda de una mejor vida para todos.